EL DIOS QUE YO CONOZCO

38.06. APOCALIPSIS - Marco histórico

Los eruditos modernos están divididos en cuanto a si el momento cuando se escribió el Apocalipsis debe fijarse en una fecha relativamente temprana, durante los reinados de Nerón (54-68 d. C.) o de Vespasiano (69-79 d. C., o en una fecha posterior, hacia el fin del reinado de Domiciano (81-96 d. C.).

Los eruditos que prefieren una fecha más antigua para el Apocalipsis, generalmente identifican la persecución citada en las cartas a las siete iglesias con la que sufrieron los cristianos en el reinado de Nerón (64 d. C.), o posiblemente más tarde en el tiempo de Vespasiano, aunque no es claro hasta qué punto este último emperador persiguió a la iglesia. Creen que el mundo convulsionado descrito en el Apocalipsis refleja las dificultades que perturbaron la ciudad de Roma desde los últimos años de Nerón hasta los primeros años de Vespasiano. Ven en la bestia que sufre una herida mortal y es curada (cap. 13: 3), y en la bestia que "era y no es; y está para subir del abismo" (cap. 17: 8), una representación de Nerón, de quien decía una leyenda popular que apareció después de su muerte, que reaparecería algún día. También creen que el número simbólico 666 (cap. 13: 18) representa a Nerón César, escrito en consonantes hebreas (NRWN QSR). Estas evidencias han inducido a cierto número de destacados eruditos a ubicar la redacción del Apocalipsis a fines de las décadas de los años 60 ó 70 del siglo I.

Este razonamiento, aunque indudablemente basado en hechos históricos, depende, para ser admitido, de la interpretación que se dé a ciertas declaraciones del Apocalipsis. Pero una interpretación tal es, por supuesto, subjetiva, y no ha sido aceptada por muchos verdaderos eruditos del pasado.

El testimonio de los primeros escritores cristianos es casi unánime en el sentido de que el libro de Apocalipsis fue escrito durante el reinado de Domiciano.

Ireneo, que afirma que tuvo relación personal con Juan por medio de Policarpo, declara del Apocalipsis: "Porque eso no fue visto hace mucho tiempo, sino casi en nuestros días, hacia fines del reinado de Domiciano" (Contra herejías v. 30).

Victorino (m. c. 303 d. C.) dice: "Cuando Juan dijo estascosas estaba en la isla de Patmos, condenado a trabajar en las minas por elcésar Domiciano. Por lo tanto, allí vio el Apocalipsis" (Comentario sobre el Apocalipsis, cap. 10: 11).

Eusebio (Historia eclesiástica III, 20, 8-9) registra que Juan fue enviado a Patmos por Domiciano, y que cuando los que habían sido desterrados injustamente por Domiciano fueron liberados por Nerva, su sucesor (96-98 d. C.), el apóstol volvió a Efeso.

Un testimonio cristiano tan antiguo nos ha inducido a fijar el momento cuando se escribió el Apocalipsis, al final del reinado de Domiciano, o sea antes de 96 d. C.

Por lo tanto, es interesante mencionar brevemente algo de las condiciones que existían en el imperio, particularmente las que afectaban a los cristianos durante el tiempo de Domiciano. Durante su reinado la cuestión de la adoración del emperador llegó a ser por primera vez crucial para los cristianos, especialmente en la provincia romana de Asia, región a la cual se dirigieron en primer lugar las cartas a las siete iglesias.

La adoración del emperador era común en algunos lugares al este del mar Mediterráneo aun antes de Alejandro Magno. Este fue deificado y también sus sucesores. Cuando los romanos conquistaron el Oriente, sus generales y procónsules eran aclamados a menudo como deidades. Esta costumbre fue mucho más fuerte en la provincia de Asia, donde siempre habían sido populares los romanos. Era común edificar templos para la diosa Roma, personificación del espíritu del imperio, y con su adoración se relacionaba la de los emperadores. En el año 195 a. C. se le erigió un templo en Esmirna; y en el 29 a. C. Augusto concedió permiso para la edificación de un templo en Efeso para la adoración conjunta de Roma y de Julio César, y de otro en Pérgamo, para la adoración de Roma y de sí mismo. Augusto no promovía su propia adoración, pero en vista de los deseos expresados por el pueblo de Pérgamo, sin duda consideró tal adoración como una conveniente medida política. En ese culto la adoración de Roma poco a poco llegó a ser menos importante, y sobresalió la del emperador. La adoración de éste en ninguna manera reemplazaba la de los dioses locales, sino que era añadida y servía como un medio para unificar el imperio. Los rituales del culto del emperador no siempre se distinguían fácilmente de las ceremonias patrióticas. En Roma se instaba a no adorar a un emperador mientras aún vivía, aunque el senado deificó oficialmente a ciertos emperadores ya muertos.

Gayo Calígula (37-41 d. C.) fue el primer emperador que promovió su propia adoración. Persiguió a los judíos porque se oponían a adorarlo, y sin duda también hubiera dirigido su ira contra los cristianos si hubieran sido lo bastante numerosos en sus días como para que le llamaran la atención. Sus sucesores fueron más condescendientes, y no persiguieron a los que no los adoraban.

El próximo emperador que dio importancia a su propia adoración fue Domiciano (81-96 d. C.). El cristianismo no había sido aún reconocido legalmente por el gobierno romano, pero aun una religión ilegal difícilmente fuera perseguida a menos que se opusiera a la ley; y esto fue precisamente lo que hizo el cristianismo. Domiciano procuró con todo empeño que su pretendida deificación se arraigara en la mente del populacho, e impuso su adoración a sus súbditos. El historiador Suetonio registra que publicó una carta circular en nombre de sus procuradores, que comenzaba con estas palabras: " 'Nuestro Señor y nuestro Dios ordena que esto sea hecho' " (Domiciano xiii. 2).

Un pasaje no muy claro del historiador romano Dio (Historia romana LXVII. 14. 1-3) parece explicar esta persecución:

"Y en el mismo año [95 d. C.] Domiciano mató junto con muchos otros a Flavio Clemente el cónsul, aunque era su primo y tenía como esposa a Flavia Domitila, que era también pariente del emperador. Ambos fueron acusados de ateísmo, acusación por la cual fueron condenados muchos otros que habían adoptado costumbres judías. Algunos de ellos fueron muertos, y el resto por lo menos fue despojado de sus propiedades. Domitila sólo fue desterrada a Pandataria".

Aunque a primera vista este pasaje parece registrar una persecución contra los judíos (y de acuerdo con el historiador judío H. Graetz, el primo de Domiciano era prosélito judío [History of the Jews, t. 2, pp. 387-389] ), los eruditos han sugerido que en realidad Flavio Clemente y su esposa fueron castigados por ser cristianos. Desde el punto de vista de un historiador pagano que no conocía íntimamente el cristianismo, "costumbres judías" sería una descripción lógica del cristianismo, y el "ateísmo" bien podría representar la negativa de los cristianos de adorar al emperador. Eusebio (Historia eclesiástica iii. 18.4, p. 123) sin duda confunde la relación entre Domitila y Clemente, y dice que Domiciano desterró a una sobrina de Clemente, llamada Flavia Domitila, porque era cristiana. Probablemente las dos referencias son a la misma persona, y sugieren que la persecución llegó hasta la familia imperial.

Esa persecución, por negarse a adorar ante el altar del emperador, sin duda constituye la razón inmediata del destierro de Juan a Patmos, y por lo tanto de la redacción del libro del Apocalipsis. Sin duda habían muerto todos los apóstoles, excepto Juan, y éste se hallaba desterrado en la isla de Patmos. El cristianismo ya había entrado en su segunda generación. La mayoría de los que habían conocido al Señor habían muerto. La iglesia se veía frente a la más fiera amenaza externa que había conocido, y necesitaba una nueva revelación de Jesucristo. Por lo tanto, las visiones dadas a Juan llenaban una necesidad específica en ese tiempo; y mediante ellas el cielo fue abierto para la iglesia que sufría, y los cristianos que se negaban a inclinarse ante la pompa y el esplendor del emperador, recibieron la seguridad de que su Señor, ya ascendido y ante el trono de Dios, superaba infinitamente en majestad y poder a cualquier monarca terrenal que pudiese exigir su adoración.